Lupita:
Estoy atravesando una situación difícil. Amo a un hombre que ha sido mi
amigo desde hace muchos años; está casado pero su matrimonio no va bien. Lleva
ocho años con su esposa y tiene dos hijos. Por mi parte, tengo dos hijas y acabo
de divorciarme, después de 10 años de matrimonio. Él despertó en mí la pasión:
me sentí muy bien con las cosas que me decía; me trataba con cariño, mientras
mi esposo solo me dedicaba malos tratos.
Yo creo en el matrimonio y soy católica. Pero mi esposo no me
demostraba su amor. Ahora que me separé, quiero casarme con esta persona. Pero
él no ha roto su relación y solo me dice que está confundido. Me siento
decepcionada, pues no es capaz de dejar a su mujer; cosa que yo sí hice por él.
¿Será que él no me ama? Me siento engañada, sola, triste.
María
Querida María:
Reconozco tu sincero deseo de amar y ser amada. ¡Todos
hemos sido creados para ello! Sin embargo, experimentas un gran vacío porque no
has comprendido a ciencia cierta lo que es el amor. No es congruente decir: creo
en el matrimonio y soy católica, pero quiero estar bien con mi amante. Cristo
mismo habla del adulterio como una conducta que aleja al hombre de la voluntad
de Dios y es germen de amargura.
Ser católico implica una renuncia gozosa de nuestros
impulsos para dar paso al amor verdadero, ese amor que quiere y promueve el
bien objetivo del ser amado. La capacidad para amar de esta forma, nos la
brinda la fe.
El papa Benedicto XVI publicó la Carta Apostólica Porta Fidel, con la que convocó a vivir
el Año de la Fe. En ella nos dice:
“La fe sin la caridad (el amor) no da fruto, y la caridad sin fe sería un
sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan
mutuamente”.
Te invito a
leer con fe el Pasaje de la Samaritana (Jn. 4, 5-42). Una mujer que había
vivido de forma pagana, se encontraba sedienta y cansada. Al hablar con
Jesucristo, siente su Amor y escucha el llamado a saciar su sed en Él. Entonces
lo reconoce como Señor, transforma su vida y se convierte en una gran
evangelizadora, y su anuncio alcanza a muchos otros que vivían sin conocer el
don de Dios.
No dudes de que lo mejor para tus hijas es la unidad
de sus padres. Deja que quien es tu amante cumpla su promesa de amor con su
esposa e hijos, y haz tú lo mismo. Amar no es una pasión pasajera; es una
pasión por Cristo, que quiere que te esfuerces y cumplas tu promesa esponsal.
Tú sabes lo que ha fallado en tu relación; corrígelo. Una mujer de fe, sabe
obtener lo mejor de su hombre, brindando ella lo mejor de sí misma.
Dos son las
cosas de Dios, decía Mahatma Gandhi -quien
convocaba a los cristianos a imitar a Cristo-: la verdad
y el amor. “La verdad es el fin, y el amor es el camino”.
Lupita
Venegas/Psicóloga
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