Para que una relación conyugal y un clima familiar funcionen de la mejor
manera posible, es menester reconocer y disfrutar los esfuerzos y logros de
cada uno, así como aceptar los propios errores y procurarles enmienda.
Lic. Lupita:
Llevo siete años de casada y tengo una niña de seis años, pero mi
esposo y yo nos hemos hecho mucho daño. Yo estaba muy decidida a amarlo; mas, a
raíz de un comentario de que lo habían visto con alguien, mi decisión cambió.
Hoy estamos separados, e incluso me duele mucho que los fines de semana mi hija
se vaya con él; esto es muy difícil.
He hablado con él respecto a la posibilidad de reconciliarnos, y al
principio hasta habíamos acordado acudir a un sacerdote y luego a un terapeuta,
pero él se sintió muy presionado por mí y no quiere hacer nada. Dice que deje
que las cosas vayan dándose solas. Reconozco que fallé y lo insulté mucho. No
sé qué hacer, y aunque afirma quererme todavía, me demuestra lo contrario. Un
primo mío me dijo: “Entiéndelo; lastimaste su orgullo y necesita sanar”.
Rosalía
Querida Rosy:
Veo con claridad tu deseo de hacer familia; pero, a la
vez, estás obsesionada con la idea de que él debe cambiar. No dudo de que
tengas razón y sé que estás consciente de que el camino que has elegido para
que él cambie ha sido ineficaz.
Los seres humanos necesitamos humildad y fe para
lograr mantener unidos nuestros matrimonios. Por la humildad, el hombre se
conoce a sí mismo. Acepta que tiene muchas cualidades y también defectos; por
tanto, puede superarse y mejorar su situación de vida. El orgulloso no puede
reconocer su debilidad y no quiere ni puede cambiar.
Sé que estás pensando que él es un orgulloso. Pero
detente y obsérvate a ti misma: ¿No eres orgullosa también? Él te ha herido…
Sin embargo, ¿no le has herido igual?… Él ha sido egoísta… ¿Y tú?
Sólo el humilde es capaz de buscar ayuda y cambiar por
amor. Éste es tu momento, pide a Dios ser la mujer que Él quiere que tú seas.
Una visita diaria al Santísimo Sacramento te sanará. Aquí la fe hace su parte y
salva y libera por completo. Sólo una mujer que vive en clave de eternidad
puede hacer la voluntad de Dios. Quiere salvar su alma y la de aquellos a
quienes ama. C.S. Lewis dice: “Hay dos tipos de hombres. Los que le dicen a
Dios ‘hágase Tu voluntad’, y aquéllos que, al final de la vida, escuchan decir
a Dios con dolor: ‘hiciste tu voluntad’”.
Los hombres necesitan reconocimiento para funcionar.
Si reciben reproches y recriminaciones constantes en casa, se frustran, se
sienten solos; lloran en la regadera, en el auto, donde nadie los vea. Los
hombres necesitan sentirse amados y reconocidos por su mujer y por sus hijos;
éste es su mayor anhelo. ¡Cuánto mejorarían las relaciones matrimoniales si las
mujeres comprendiéramos esto!
El hombre más duro y difícil puede ser moldeado con
dulzura y firmeza a la vez. No podemos obligarlos a recibir ayuda, pero sí
podemos modelar para ellos que el cambio es posible. La clave para seguir
juntos es que tú dejes de ser “controladora” y aceptes tu realidad como un
bello desafío que te presenta el Señor para perfeccionarte. Por otra parte, es
imprescindible que sepas pedir cambios a tu esposo de manera respetuosa y muy
concreta. No digas: “Quiero que seas considerado” sino, “por favor no hagas
ruido al levantarte”. No digas: “Quiero que seas más cariñoso”, sino: “me
encantaría que al irte a trabajar y al regresar me dieras un beso”. No
pretendas cambiarlo radicalmente; pide cambios pequeños y ámalo con ternura de
mujer.
Lupita Venegas/Psicóloga
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