Lupita:
No sé cómo ayudar a mi cuñada, quien a pesar de que se la pasa rezando,
es una persona de carácter difícil.
Siempre está insistiéndonos en el rezo del Rosario y en las oraciones
al Sagrado Corazón; que debemos ir a Misa en sábado, además del domingo, y nos
está fastidie y fastidie con lo mismo; pero ella no cambia su modo de ser.
La verdad es que en lugar de motivarnos a rezar, nos hace apartarnos de
ello, pues no queremos caer en esos extremos de fanatismo. Nosotros cumplimos
con el Precepto: Los domingos acudimos a la Eucaristía y procuramos ser buenas
personas. ¿No es verdad que tanta rezadera y tanto entregarse a
devociones a la Virgen, al Sagrado Corazón y a los santitos, hace daño?
Juliana
Querida July:
Me siento un poco culpable cuando veo situaciones como
ésta. Muchas veces somos los mismos católicos quienes alejamos de la vida de fe
a nuestros hermanos. Es muy cierto que alguien que reza tanto debería reflejar
esa vida de oración en cambios favorables de su personalidad.
Quien en verdad dialoga con Dios, vive un proceso que
le debería hacer humilde y, por tanto, dulcificar su trato y mejorar en general
las tendencias negativas de su carácter.
Pero, más que pensar de qué le sirve rezar, debiéramos
decir: “¿y qué sería de esta persona si no rezara?’”. No podemos dudar de la
necesidad de la oración, porque el mismo Jesucristo nos habló de ella: “Jesús
les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre, sin
desanimarse” (Lc. 18,1); se trataba de la Parábola de la Viuda y el Juez.
Me alegra que ustedes sean una familia buena y que
acudan a Misa por alimento espiritual, que eviten el mal y procuren el bien.
Pero la Doctrina cristiana es exigente y nos pide crecer siempre: “Dios nos
escogió en Cristo desde antes de la creación del mundo para que fuéramos
santos” (Ef. 1,4). No basta con ser buenos; ¡este mundo necesita santos!
La devoción al Sagrado Corazón no es una práctica
supersticiosa o de fanáticos, como algunos la califican. Es toda una
experiencia de amistad con Dios.
En una revelación privada a Margarita María Alacoque
(Siglo XVII), Jesús ratifica lo que la Iglesia ya vislumbraba en relación al
corazón del Hijo de Dios. La Escritura hace referencia al corazón como la
interioridad de Jesús; los Santos Padres, a lo largo de la Historia, han
considerado que de ese costado abierto de Cristo en la Cruz ha nacido la
Iglesia. León XIII (1878) consagró al mundo a este Corazón; Pío XI (1928)
escribió toda una Encíclica acerca de la verdadera devoción: “Haurietis Aquas”,
y nuestro nuevo santo, Juan Pablo II, aprovechó todas las ocasiones posibles
para invitarnos a practicarla.
Entre las promesas que Jesús hizo a Santa Margarita
María, en mayo de 1673, a las almas que veneraran su Corazón, están:
• Daré paz a sus familias
• Consolaré sus penas
• Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta
• Otorgaré, a aquéllos que se ocupan de la salvación
de las almas, el don de mover los
corazones más endurecidos.
Nuestra Iglesia es rica en tradiciones y
manifestaciones de piedad. Ellas están ahí como signos exteriores de la Gracia
que está operando en nuestras almas. No despreciemos este tesoro de nuestra fe.
La mejor forma de ayudar a tu cuñada será tu ejemplo
de humildad, producto de tu vida sincera de oración.
Sagrado Corazón de Jesús,
en Ti confío.
Lupita Venegas/Psicóloga
www.valoraradio.org
Twitter: @LupitaVenegasDC
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Correo: desdeelcorazon@valoraradio.org
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