Querida Lupita:
Estuve recientemente con un grupo de amigos que no se cansaron de
criticar los valores cristianos. Hablaron pestes de la Iglesia, diciendo, por
ejemplo, que es hipócrita, que es un gran negocio, que predica insensateces. Me
sentí frustrada.
A veces pienso que realmente la Iglesia está en decadencia. Yo quisiera
hacer algo, pero no sé por dónde empezar o qué hacer en concreto.
Zaida R.
Hermana Zaida:
Oremos por los que nos persiguen; ésta es la mejor
forma de empezar.
Según el Anuario Pontificio de 2013, en solo un año de
pontificado el Papa erigió once Sedes Episcopales (Diócesis), una Prefectura
Apostólica y un Vicariato Apostólico (sedes de Misiones, con Obispo al frente).
El número de los católicos se incrementó en 18 millones. Y fueron nombrados nuevos
Obispos.
El Papa Benedicto XVI, en el Libro Luz del mundo (2010), comentó al
respecto: “¡La Iglesia vive! Contemplada sólo desde Europa, pareciera que se
encuentra en decadencia. Pero ésta es solo una parte del conjunto.
En otros Continentes crece y vive, está llena
de dinamismo. La cantidad de nuevos sacerdotes ha crecido en los últimos años a
nivel mundial, así como también el número de seminaristas. En el Continente
europeo experimentamos sólo un lado concreto, y no todo el dinamismo del
despertar eclesial que hay realmente en otras partes y con el que yo me
encuentro en mis viajes y a través de las visitas de los Obispos.
La Iglesia vive en diferentes países: Alemania,
Brasil, Canadá, Corea del Sur, España, Estados Unidos, Italia, México, Nueva
Zelanda, Venezuela y Vietnam.
Se ataca a la
Iglesia Católica porque predica el Evangelio de Cristo, y éste se contrapone al
nuevo proyecto de una sociedad hedonista. Los cristianos estamos invitados a
amar, no sólo a los superdotados, sino también, y sobre todo, a los que sufren.
Francisco Robles publicó un artículo en el periódico
digital español ABC. En él narraba la experiencia de un hombre que, después de
despotricar contra la Iglesia en compañía de otros amigos anticlericales, salió
rumbo a casa, y un delicioso aroma a comida recién preparada le hizo detenerse
en lo que él consideró un pequeño restaurante.
Distraído con sus pensamientos, se acercó a la barra
de alimentos y se sorprendió al ver que una monja le servía con amabilidad. Él
quiso retirarse con algún pretexto, pero ella le detuvo diciéndole que no debía
apenarse, que siempre la primera vez era difícil.
Se trataba de un comedor para indigentes. Aquel hombre
entró en sus pensamientos: “Nadie le había pedido nada por darle de comer ni le
habían preguntado por sus creencias. Se limitaban a darle de comer al
hambriento, sin adjetivos. Al salir, no le dio las gracias a la monja. No fue
por mala educación, sino porque no podía articular palabra. Una inclinación de
cabeza. Ella le contestó con una sonrisa leve. –“Vuelve cuando lo necesites, y
si no estoy, di que vienes de parte mía. Me llamo Esperanza”. (Fco. Robles).
Nuestra más efectiva respuesta a los ataques es:
¡Orar, servir, amar!
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