Querida Lupita:
Te envío un afectuoso abrazo y también te pido una
oración por mi esposo y por todos los hombres atrapados en el alcoholismo que
están perdiendo su vida y su salud, para que Dios les dé pronto un momento de
conversión y sanación. Pero, sobre todo, por las esposas, madres e hijos que
sufrimos cada día el dolor, las ofensas y las crueldades que genera esta
enfermedad, para que Dios nos dé fuerzas y no abandonemos la barca.
Mariana
Querida Mariana:
El dolor que arrastran las adicciones no puede ser
descrito sin quedarse corto. Esas esposas, madres e hijos de personas
alcohólicas han derramado lágrimas de impotencia. ¿Cómo aliviar su sufrimiento
sin Jesucristo?
Tu carta es toda una plegaria. Persevera en la
oración y permanece atenta a los medios que se presentan para salir de esta
forma de vida. Nadie debe acostumbrarse al Mal.
Ciertamente el alcoholismo es una enfermedad,
pero también es un pecado. El Catecismo de la Iglesia Católica define al
pecado, en el punto 1849, como una falta contra la razón, la verdad, la
conciencia recta. Pecar es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. San Agustín, refiriéndose al
pecado, afirma que “es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley
Eterna”.
Por eso es necesario ayudar al alcohólico a
conocer y comprender su enfermedad y pecado, y a que busque salir de esta
realidad con el tratamiento más adecuado.
La gran mayoría de las veces, los familiares no
saben cómo apoyar a los alcohólicos, y hacen y dicen cosas que resultan
contraproducentes:
Se enojan, los humillan y
ofenden.
Solapan sus borracheras y
mienten por ellos.
Soportan sus golpes y malos
tratos, por miedo.
Permiten malos ejemplos
para los hijos, con todo el dolor que esto conlleva.
Amenazan, pero no cumplen
lo que prometen.
Les facilitan dinero y
recursos para que consigan bebidas
Lloran y se enferman para
tratar de que el alcohólico se sienta culpable.
Los sacan de la cárcel
enseguida, si caen en ella.
Conocen sus mentiras, pero
las toleran.
Pero nada
de esto funciona si queremos que nuestro familiar deje el vicio. Sin embargo,
existen actitudes y medidas que sí aportarían los elementos necesarios para
acabar con este infierno, las cuales recomendamos:
1. Conozcan el tema en
familia. Estudien juntos lo que es esta enfermedad.
2.
Ubiquen y seleccionen bien el más cercano de
alguno de los muchos centros de ayuda que existen, y acudan a él quienes estén
dispuestos a llevar a cabo un plan de acción en favor de la desintoxicación del
enfermo.
3.
Busquen comprender a su ser amado. La adicción
nace en una carencia de amor y comprensión. Hay pasados dolorosos en la vida de
las personas que ya son esclavas del alcohol.
4.
Conozcan la manera de poner límites y aplíquense
en ello. Ensayen la forma en que hablarán juntos (cónyuge e hijos) con su
familiar. Él debe vivir las consecuencias de sus actos, incluso el riesgo de
perder a su familia si no se somete a un tratamiento.
5.
No hablen con un alcohólico que se encuentra
bajo los efectos del vicio. El mejor momento para hablar es por las mañanas, en
sobriedad.
6. Diríjanse a él siempre con
amor y serenidad: “Amor, estás enfermo y quiero ayudarte Dios nos ama tanto, que siempre favorecerá
nuestros esfuerzos para salir del pecado a la vida de la Gracia. A través de
este tormentoso problema, Él quiere hacernos crecer a todos los miembros de la
familia. Iniciemos nuestro plan de ayuda con un acercamiento a este Dios
Todopoderoso, en cuyas dulces manos estamos sus frágiles hijos.
Lupita Venegas
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