Querida Lupita:
Mi ambiente ha sido muy
difícil. En este momento debo tomar una decisión que me tiene aturdida. Me
junté con un hombre que me prometió ser diferente a mi pareja anterior, que me
golpeaba. Tengo dos hijas de esa pareja anterior, y un hijo con este último
hombre. Pero sus promesas nada valieron y me ha abandonado.
Estoy sola con mis tres
niños y no consigo trabajo. Soy delgada, me ofrecen buen sueldo en un tabledance,
mas no quiero prostituirme, y sé que trabajando ahí no acabaría bien. Dime, por
favor, si Dios me perdona por tantas cosas que he hecho mal. No quiero seguir
así, pero mis hijos tienen hambre. Esta es mi realidad.
Elizabeth
Liz:
Tu conciencia y sentido común te están haciendo
reflexionar. No te has dejado llevar por el hambre, sino que algo en lo íntimo
te hace buscar lo que conviene. Quieres el bien de tus hijos y el tuyo propio,
pero la vida se te presenta injusta y llena de decepciones.
Puedo sentir tu dolor porque al buscar el amor
te has encontrado con maltrato y desprecio. Te veo como a la mujer que se
arrojó a los pies de Jesucristo y derramó su perfume sobre Él.
Ella, como tú, había tomado muchas decisiones
equivocadas, había vivido de acuerdo a criterios que el mundo le daba porque no
conocía a Cristo. Pero cuando conoce que Él puede sanar todo, lo busca, se
encuentra con Él y recibe Su mirada dulce y misericordiosa… Arrepentida, llora
y se pone a Su servicio. Tú también busca a ese Jesús vivo y cree en Sus
promesas.
Aquella frase atribuida a Maquiavelo: “El fin
justifica los medios”, contradice a la Teología Moral, que afirma: Una
intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un
comportamiento en sí mismo desordenado. El fin no justifica los medios (Catecismo de la Iglesia Católica, 1753).
Confía en las bendiciones que llegarán justo a
tiempo desde el momento en que elijas hacer la voluntad del Creador. Conozco la
historia de una mujer que vivió una situación semejante hace 20 años. Estudió
enfermería con ayuda de personas que conocían su situación, sacó adelante a sus
hijos con orgullo y decentemente.
Tuvo también la invitación a hacer dinero
“fácil” ofreciendo su cuerpo, pero prefirió creer en las promesas del Señor.
Esto es tener memoria del futuro; es
decir, actuar en el presente al modo divino, aunque cueste trabajo y lágrimas,
sabiendo que, al final, el esfuerzo será coronado con bienes materiales y
espirituales, porque Dios cumple Sus promesas. Así lo expresa la Encíclica Lumen Fidei:
La
Palabra comunica a Abraham una llamada y una promesa. En primer lugar, es una
llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a una vida nueva. La
visión que la Fe da a Abraham estará siempre vinculada a este paso adelante que
tiene que dar: la Fe “ve” en la medida en que camina. Es verdad que la Fe de
Abraham será siempre un acto de memoria. Esta memoria no se queda en el pasado,
sino que, siendo memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro, de
iluminar los pasos a lo largo del camino.
Medita lo que dice la Palabra en el Salmo 119:
“Dichosos los que siguen la Ley del Señor.
Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la Ley del Señor.
Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de todo corazón, los que
van por sus caminos, sin hacer ningún mal”.
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