Licenciada Lupita:
Tenemos un problema con mi mamá: se pasa casi todos los días en los
casinos. Al principio creímos que era un entretenimiento; pero, al paso del
tiempo ha gastado mucho dinero en eso, ha dejado de ir a Misa, y toda su
actividad gira en torno a los casinos. Hay dos amigas con las que se junta para
eso, y tienen todas más de 70 años. El problema es que está viviendo una
especie de depresión; no se anima a ninguna otra cosa. ¿Debemos preocuparnos o
la dejamos?
María
Mercedes
Querida Meche:
Hace poco me tocó escuchar una homilía del Padre Juan
Rivas Pozas, quien reflexionaba acerca de las razones por las que hemos perdido
la fe en nuestro México Guadalupano, y señaló con precisión, entre otras
causas, el hecho de que las abuelitas, quienes antes acudían a Misa diaria, hoy
están en los casinos.
Qué dolor
produce el darnos cuenta de que la fe ha sido arrancada de los corazones, a tal
grado, que las abuelas y los abuelos olvidaron las respuestas básicas del
Catecismo, en las cuales se encuentra el sentido de la vida: amar a Dios y a
nuestros hermanos, y con ello ganar el Cielo.
La depresión crece en la medida en que vivir carece de
sentido. Los escapes al vacío existencial que se experimentan en nuestros
tiempos abarcan una gama de vicios, los cuales pretenden ahogar esa sensación
del sinsentido: alcohol, drogas, sexo
banalizado, consumismo, adicciones virtuales y ludopatía, entre otros.
No hay nada de
malo en procurarnos un poco de diversión; pero si los juegos de azar afectan la
vida y las relaciones con los demás, hay un desorden. La ludopatía es un
trastorno de la personalidad que se caracteriza por la falta de control de
impulsos: la persona tiene un deseo irreprimible de frecuentar juegos de casino
a pesar de ser consciente de sus consecuencias y del deseo de detenerse, sin
sentir la capacidad de conseguirlo.
¿Por qué están experimentando esto nuestros abuelos?
¿Será que ya no los consideramos en nuestros planes? ¿Se sienten amados y
tomados en cuenta por sus hijos y nietos? ¿Borraron de su mente el hermoso don
que pueden darnos al transmitirnos la fe? ¿Se olvidaron del valor de la oración
y de la Eucaristía? El mundo global privilegia a los que producen y desdeña a los que bendicen, a los que consagran y saben
tocar corazones.
Éstos son
los tres poderes de los abuelos, que les reto a retomar:
El poder de bendecir a los suyos.
¡Cuánto vale la bendición de un abuelo!; sus oraciones y buenos deseos se
traducen en auténtica protección para hijos y nietos.
El poder de consagrar a los suyos.
Con cuánta compasión y ternura escuchará nuestro Padre la petición amorosa de
un abuelo que quiere consagrar de una vez y para siempre a sus hijos y nietos
al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen de Guadalupe…
El poder de tocar el corazón de los
suyos. Cuando el abuelo habla al corazón de un nieto, su voz resuena poderosa
porque el nieto se sabe amado por él, y aun cuando parezca no escuchar en aquel
instante, con el paso de los años recordará su sabiduría y le bendecirá
agradecido.
Abuelitas: las necesitamos para cultivar nuestra fe.
No se alejen como lo hemos hecho las generaciones más jóvenes; todo lo contrario,
transmítanosla sin miedo.
Hijos y nietos: honremos a nuestros abuelos de tal
modo que no necesiten huir a los
casinos por falta de nuestra atención y cariño.
Lupita Venegas/Psicóloga
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