Licenciada
Lupita:
Tengo un fuerte deseo de cambiar… pero algo me lo impide. Mi mujer me
ha pedido el divorcio, y hasta ahora me doy cuenta de que mi carácter iracundo
me ha llevado a este resultado. No quiero perder a mi familia, y quisiera
decirle que voy a cambiar. Pero ellos no me lo creen y tengo miedo de no poder
hacerlo. Soy impulsivo y hablo fuerte. Mi mujer me dice que asusto a mis hijos,
y eso me parecía una exageración. Pero en el fondo, sí me doy cuenta de que a
ellos les estoy afectando. No encuentro la salida para este carácter que tengo.
Yo no sé otra forma de comportarme, aunque sí quiero ser distinto. Creo que yo
no debí haber nacido… sólo he provocado dolor en los que debería querer.
Roberto
Estimado en Cristo, Roberto:
Aquí solo aparece un extracto de tu carta. En ella me
das muchas razones por las cuales consideras que nadie debe quererte o
valorarte. Este modelo de pensamiento está en la base del temperamento
iracundo. Es tu forma de pensar acerca de ti mismo lo que hace que no puedas
dominarte.
Experimentas muchas culpas, pero de modo neurótico, y
la ira es, en sí, una culpa exagerada. La culpa cristiana es saludable. Por ella
tú reconoces una falta y le pides a Dios, con todo tu corazón, que te ayude a
superarte. El Señor te concede virtud cuando la pides sinceramente y pones algo
de tu parte.
Es equívoco pensar que no podemos cambiar. Si
descubrimos que tenemos un defecto de carácter o un vicio en nuestra
personalidad, debemos entrenarnos en la virtud que le es contraria. La ira es
una viva y desordenada pasión del alma, que nos impulsa a repeler con violencia
lo que nos desagrada. La mansedumbre es la virtud opuesta, y consiste en
dominar todo movimiento de cólera e impaciencia.
La Palabra de Dios está llena de invitaciones a la paz
interior y el dominio de la ira:
“El genio, pronto hace necedades; el
hombre reflexivo, aguanta” (Prov. 14,17).
“No te dejes llevar por el enojo,
pues el enojo reside en el pecho de los necios” (Ec. 7,9).
“El hombre violento provoca
disputas; el tardo a la ira aplaca las querellas” (Prov. 15,18).
“Sea cual fuere su agravio, no
guardes rencor al prójimo, y no hagas nada en un arrebato de violencia” (Eclo.
10,6).
“Mas, ahora, desechen también
ustedes todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia, y palabras groseras lejos
de su boca” (Col. 3,8).
Todos nosotros somos seres inacabados, estamos en esta
vida para crecer. Cada uno de nosotros debe descubrir cuál es su defecto
dominante y dedicarse, casi por vocación, a cultivar la virtud contraria. El
Padre Treviño -Misionero del Espíritu Santo- en su Libro: El progreso del alma, nos recuerda la gama de defectos que tiene la
naturaleza humana: orgullo, amor propio, vanidad, pereza, espíritu de crítica,
envidia, gula, falta de delicadeza en la caridad, verbosidad o palabras
inútiles, sensibilidad extrema, irascibilidad, susceptibilidad, espíritu de
maledicencia y calumnia, mentira y doblez, desaliento, falta de rectitud, entre
otros.
Tu misión es llegar a ser Santo, con tus defectos de
carácter y tus rasgos temperamentales. Tu vida es eterna lucha, vencimiento
propio realizado todos los días. Tus defectos deben ser tu aliento para vivir,
y no tu pretexto para no querer existir. ¡Justo ahí encuentras el sentido de tu
vida!
Que esta situación dolorosa y extrema de separación,
sea tu más fuerte motivo para cambiar. Ofrece todos tus esfuerzos en reparación
de tus culpas y por el bien de quienes amas. Recurre diariamente a la fuente de
fortaleza por excelencia: la Eucaristía.
Lupita Venegas/Psicóloga
www.valoraradio.org
Twitter: @LupitaVenegasDC
Facebook: www.facebook.com/LupitaVenegasOFICIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario