Querida Lupita:
Tengo
miedo. Miedo de todo: salir, hablar, hacer. Lo tengo todo, pero me siento
desolada. Me duele ver que mis hijos sufren al verme así. Todos a mí
alrededor están cansados. Yo también. Ya no quiero vivir. Esta carta es una
llamada de auxilio.
Verónica
Hermana mía:
Recibe un cálido abrazo y mi
compañíaa.
Plasmas en
tu carta la imagen exacta de la modernidad. Dices tenerlo todo, menos la
felicidad.
¿Cómo es posible?
Revisemos
un poco la Historia. El concepto de felicidad
ha ido sufriendo modificaciones. Los grandes pensadores antiguos hablaban de la
felicidad-virtud, mientras que los contemporáneos nos presentan el anhelo de la
felicidad-placer.
La
diferencia es que antes se aceptaba llanamente que la felicidad era fruto de un
desarrollo personal, de una práctica de las virtudes. Era feliz quien se
esforzaba en vivir dignamente, como verdadero ser humano. Hoy, nos han convencido de que tenemos “el derecho” a ser felices;
escuchamos a motivadores y líderes de opinión repitiéndonos esta frase desafortunada, la cual
creemos con ingenua facilidad.
La
filosofía más rigurosa nos dice, por el contrario, que la felicidad no es un derecho,
sino un deber. ¡Y es verdad!, tú y yo tenemos “obligación” de conquistar la felicidad para la que nacimos.
Esta
felicidad se conquista. Es un trabajo arduo que nos lleva a la sensación
interior de paz y armonía. No podemos cosechar lo que no hemos sembrado. “Cada
cual cosechará según lo que haya cultivado”
nos dice San Pablo, y el Padre Sálesman agrega: “Quien cultiva pensamientos tristes cosechará depresión. Pero quien siembra pensamientos entusiastas, cosechará una muy buena
salud mental”.
A
desenredar la madeja.
No quiero
culparte, sino todo lo contrario, liberarte. Es necesario conocer la verdadera
causa para poder erradicar el mal, de raíz.
Cuando una
persona lo tiene todo, se parece a aquella araña orgullosa a la que todo le
salía bien. Una vez dedicó mucho tiempo a construir su telaraña. Colocó un hilo largo de un punto a otro y sobre él empezó a tejer. Lo hizo tan
bien, que al mirar su obra concluida se dijo a sí misma: “¡Qué belleza de tela he confeccionado!, solo me estorba ese hilo del centro”.
Lo cortó y… toda la telaraña se vino abajo.
Cuando
cortamos lo esencial, todo se derrumba. Quitamos a Dios de nuestras vidas y
NADA puede suplir su ausencia en nuestro corazón. Revisa tu vida. Es probable que, al salirte todo bien, hayas llegado a
considerar que fue gracias a ti o a los tuyos, negándote a agradecer
cotidianamente a Dios, pues todo es un “don” que proviene de Él.
Ahora
bien, es incuestionable que sufres los efectos de una fuerte depresión. Acepta
que estás enferma y déjate ayudar.
Primero que nada acude a la única fuente de felicidad auténtica:
Cristo.
Enseguida
llena tu mente de ideas positivas. Cree en ti, en tus capacidades. Yo aprecio
mucho el que, a pesar de tu dolor, supiste empezar tu carta con una palabra
cariñosa: me dijiste “Querida Lupita”. ¡Eso habla de tu valor!, tienes una gran calidad humana, te diste un
espacio para amar, cuando todo lo que quisieras es que te amaran. ¡Tienes un
corazón generoso y vas a triunfar!
En tercer
lugar, recuerda que debes recibir el
diagnóstico de un especialista en problemas
de la mente. A veces nuestra depresión no es sólo por causas externas, sino por
desórdenes bioquímicos a nivel cerebral. Si esto existe, puede determinarlo el
experto, quien será de gran ayuda al prescribirte algunos medicamentos
adecuados.
¡Dios cree
en ti!,
pero ahora
te toca creerle a Él.
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