Querida Lupita:
Lamento mucho haber tratado mal a mi esposo por años. Me cansé de sus
malos modos y un día me llené de valor: empecé a tratarlo como él me trataba a
mí. Logré destruir su autoestima, como él había destruido la mía. Pero, al paso
de los años, he podido comprobar que lo que únicamente conseguimos fue dañar a
nuestros hijos y a nosotros mismos.
Hasta ahora comprendo, después de que me lo dijo un Psiquiatra, que él
tenía un trastorno de personalidad y que lo que necesitaba de mí era
comprensión y trato digno. Sufrió una embolia y ahora está en cama; mas no sé
si él se dé cuenta de que estoy cuidándolo y de que le pido perdón. Yo actué
por venganza y hoy quiero actuar por amor. Siento que no valgo como mujer y que
me equivoqué siempre y en todo. No dejo de llorar; me siento deprimida.
María
Querida María:
Has descrito el tipo de relación que se da cuando se
trata de convivir con personas difíciles. Usualmente, éstas presentan un
trastorno de personalidad: son rígidas en sus reacciones, y sus patrones de
pensamiento y de conducta son desadaptados.
Posiblemente tuvieron una infancia difícil; tal vez
sufrieron abusos y maltratos, o bien, son víctimas de algún factor hereditario.
Son personas propensas a tener problemas en sus relaciones sociales,
interpersonales y en el trabajo. Generalmente no son conscientes de su
comportamiento y creen tener la razón en todo.
Suele ocurrir que sus familiares los envían a recibir
ayuda psiquiátrica, pero ellos no aceptan que la necesitan. Hay muchos tipos de
trastornos de la personalidad. Sólo por mencionar algunos: Paranoide,
esquizoide, histriónico, narcisista, antisocial, dependiente,
obsesivo-compulsivo, pasivo-agresivo, etcétera.
El diagnóstico y tratamiento lo hace un especialista
en conducta. En algunos casos es necesario medicar; pero, ordinariamente, las
terapias grupales ayudan mucho a que la persona reconozca sus patrones
equívocos y los modifique. Los grupos de neuróticos anónimos pueden ser una
excelente herramienta de apoyo y crecimiento.
Fray Enrique Domingo Lacordaire, genial escritor
dominico, nos legó esta frase: “¿Quieres ser feliz un instante?, véngate.
¿Quieres ser feliz toda la vida?, perdona”. Haz dicho bien que, al no saber
cómo tratar a tu esposo, reaccionaste con actitudes de venganza ante sus
injusticias.
Ésto es lo más común entre los seres humanos, y no
debes culparte neuróticamente por ello. En cambio, la actitud cristiana, la que
nos pide el mismo Dios, será siempre la más exigente; pero, al fin y al cabo,
es la única que trae la paz al corazón y a las relaciones interpersonales.
Leemos en el Evangelio de San Lucas: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los
que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman
(…) hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes”
(Lc.6, 27ss).
¡Esta increíble exigencia la estás cumpliendo al
extremo en este momento! ¿Te das cuenta? Tu presente es maravilloso porque
actúas con el amor cristiano. Vives para amar. Dejaste atrás los
resentimientos, y con humildad reconociste tu culpa. Una buena confesión te
liberará. Deja que Dios alivie tu dolor escuchando su voz alegre que te dice:
“Hija mía, me honras al hacer mi voluntad. Y el pasado… el pasado ha quedado
atrás”.
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