Sé que hoy te has vuelto a preguntar cuándo será el
momento en que sientas que la felicidad llega a tu vida. Porque hace ya muchos
días que no sonríes de gozo, sino que más bien sonríes, esperando que algo
bueno pase en tu vida. Es esa sonrisa que a veces dan las personas cuando lo
que quisieran es llorar, pero aún cuando quisiera llorar, sonríen esperando que
un milagro acontezca y cambie todo.
Las lágrimas recorren tus mejillas, no puedes casi
respirar porque sientes un dolor tan grande en tu corazón que no lo puedes ni
explicar. Jamás pensaste, ni en tu pesadilla más vivida, que ibas a tener que
atravesar todo este túnel oscuro. Y el desierto ha sido agobiante y extenuante.
Todos los que dijeron que estarían contigo se fueron, te dejaron solo, te
abandonaron dejándote naufragar en un mar del que sientes que no podrás escapar
o sobreponerte.
Pero cuando ellos se han ido, yo he permanecido. He sido
todo lo que has tenido cuando lo demás han faltado. Y he estado ahí no por
obligación, sino porque mi amor por ti es tan inmenso que no alcanzas a
imaginarlo ni paparlo. Yo te he sostenido con las cuerdas de mi misericordia.
Hoy quisiera recordarte de manera sencilla, que aunque
parezca que todo va en tu contra, yo sigo teniendo el control. Pueden azotar
los vientos y la barca puede tambalear, pero yo te tengo asido entre mis
brazos. Tú estás escondido y protegido muy dentro de mi corazón. Los dardos
podrán herirte, pero no has de morir en esta batalla, porque yo soy el que te
va a dar la victoria.
Quiero que descanses, que te sientas seguro, que dejes de
pensar en todo lo que te ahora mismo te está agobiando y recibas todo ese amor
que tengo para darte porque tú eres de mi propiedad. Eres tan mío, tan amado,
tan especial y yo quiero que estés receptivo no a los problemas ni a las
circunstancias, sino a todo lo real que puedo darte. Porque mi Espíritu quiere
derramarse en tu vida e inundarte de esas cosas que solo mi presencia puede
darte.
Quiero que entiendas que tus lágrimas me importan, que tu
silencio me conmueve y que comprendo tu soledad porque yo mismo la experimente
horas antes de dar mi vida en la cruz por ti. No pienses que soy ese Dios
castigador, que quiere agobiarte o hacerte sentir inferior. No es esa mi
esencia ni mi intención. Yo quiero bendecirte, pero hay cosas en las que debes
esperar aún por un tiempo. Hay lecciones que todavía deberás aprender. Porque
cada batalla hace que tus destrezas de soldado se agilicen y se perfeccionen
más.
Hay consecuencias que las traen el pecado o las
decisiones que muchas veces las personas toman separadas de mí. Y en la vida
hay una ley de siembra y cosecha. Pero yo no vengo a dictar tu sentencia, yo
vengo a soplar sobre tu espíritu vida para que tus huesos se renueven, para que
tu alma reciba ese toque.
Aunque sé que no es mucho lo que puedas entender en estos
duros momentos que enfrentas, quiero que tengas la certeza de que
independientemente si sientes o no mi presencia, sigo estando ahí, justo a tu
lado. Come mis palabras porque ellas te sustentarán y darán aliento cuando
sientas que ya no puedes más. No dejes nunca de comunicarte conmigo, porque
solo en mi presencia lograrás salir airoso de esta tormenta. Llénate de mí
porque yo habito en ti.
Tu momento llegará y entonces sí que sonreirás. Tu
corazón brincará por la emoción y tu alma entonará nueva canción. El llanto
será cambiado en alegría.
Hij@ mí@, sigue luchando, no te rindas.
Autora: Brendaliz Avilés
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