Licenciada Lupita:
Soy un hombre amargado, lo reconozco. Fui un niño
maltratado; luego estudié, y considero que me superé. Posteriormente me casé
para formar una familia.
Fui parte de un grupo juvenil de iglesia y eso me
ayudó mucho. Tengo un negocio que atendemos mi mujer y yo, y de él sacamos
adelante los gastos de nuestros tres hijos.
Sin embargo, considero que mi familia es aburrida, no
tenemos nada en común, y aunque no nos faltan el trabajo o el dinero, vivimos
medianamente bien y tenemos lo necesario, como que no lo apreciamos y no lo
disfrutamos.
Yo creí haber superado mis miedos y dolores, pero
parece que no es así.
Juan Manuel
Estimado Juan:
Una infancia dolorosa deja marcas imborrables. Cuando
un pequeño no se siente amado, en su interior va formando la convicción de que
no merece ser feliz y sigue buscando el maltrato, inconscientemente. Por eso es
tan importante manifestar el amor que tenemos a nuestros hijos. Dominar nuestro
carácter es vital para fomentar en ellos un sano auto-concepto y, como
consecuencia, una sana auto-estima.
Tú has hecho lo necesario para superarte, pero debes
trabajar en una “sanación interior” para liberarte de este sentimiento que te
amarra al pasado, impidiéndote sentir la alegría de vivir.
Recuerda este principio, que será el motor de arranque
para sanar tus heridas: “No importa cuán honda ha sido la forma en que te
maltrataron. Tú puedes elegir tu reacción ante ese pasado y ser factor de
cambio”
Para transformar tus sentimientos y acciones, debes
esforzarte por modificar tus pensamientos. Todo sentimiento es precedido de un
pensamiento.
Aprende la forma cristiana de ver la vida y troquela
tu mente con ella. Hay verdades reveladas por Cristo que tienen poder sanador:
• Eres hijo
de Dios; por tanto, tienes dignidad real.
• Eres amado de Dios. Él es un Padre amoroso que
quiere lo mejor para ti. Dios permite las situaciones dolorosas porque sabe los
frutos que cosechará de ellas. Te preguntas ¿dónde estaba Él cuando sufrías
maltrato?
• Él estaba a tu lado. Lloraba contigo por el pecado
del otro. Dios pone ante nosotros el bien y el mal. Él nos da libertad para
elegir el bien y evitar el mal. Cuando olvidamos esto y queremos regirnos por
nuestros criterios, Él respeta esa decisión y sufre porque sufriremos también.
Es doloroso que pague un inocente, y para esto no hay explicación lógica. No
obstante, tenemos la certeza de que Dios hace justicia perfecta y que Él
recompensará con creces a los inocentes, a quienes llama “Bienaventurados”.
• Estás hecho para amar. Tu pasado ya ocurrió, y es
“locura” -como dice el Padre Ignacio Larrañaga- intentar cambiarlo. Lo que
tienes es tu presente y puedes transformarte hoy.
Cuenta tus bendiciones en positivo: tienes familia,
trabajo, estás acercándote a Dios; ¿qué más puedes desear en esta vida? Valora
las luces y deja de centrarte en las sombras.
Concéntrate en tu misión en esta vida: Amar. Dile al
Señor con todas tus fuerzas: ¡Que mis hijos no recuerden su infancia como yo
recuerdo la mía!
Comprometerte ante ti mismo y ante Dios, a “hacer familia”. Si
tu familia es aburrida, necesita diversión. Si tu corazón está amargado, ponle
miel. Tu familia te necesita.
Vayan de excursión, vean películas sanas juntos,
invita a todos a un paseo diferente, compren cobijas y repártanlas entre los
pobres, compren materiales para conocer más a Cristo, oren juntos.
San Juan de la Cruz nos exhorta a tener un vivo
espíritu de lucha: ¡Donde falta amor, pon amor y… cosecharás amor!
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