miércoles, 8 de marzo de 2017

COMO VIENE, CONVIEN

Licenciada Lupita:

Estoy desesperado; por favor, ayúdeme. No quiero perder mi matrimonio ni mi familia, pero ya hemos llegado al límite y mi esposa no quiere dar un paso atrás en el proceso de nuestro divorcio. Sé que mi violencia y mi vicio la llevaron a todo esto. Más he encontrado a Dios. Estoy arrepentido y he cambiado. He demostrado por ocho meses que puedo dejar el alcohol y mis modos groseros. Siento que soy una nueva persona, pero ella ya no me cree y, al menor error, grita desesperada que yo no voy a cambiar. Por favor, alguien tiene que convencerla de que viene una nueva etapa en nuestra vida, pero que tenemos que vivirla juntos. Mis hijos, de ocho, siete y tres años, están sufriendo mucho, pero ella no lo ve así. 
Alfonso





Querido Alfonso:

Seguramente ocho meses no han sido suficientes para sanar el corazón herido de tu mujer. Persevera. Veo tu convicción de salvar tu hogar; percibo que en este momento tienes conciencia plena del dolor de tus hijos y de que has encontrado el verdadero tesoro de tu vida: tu familia.

Pero por años no fue así. Con tu vicio y malos tratos ofendiste y lastimaste gravemente a tu mujer, a tus hijos y a ti mismo. Aprendemos con mucho dolor que todos nuestros actos tienen consecuencias y que pagaremos por todo el daño que, muchas veces sin querer o de forma consciente, hemos hecho.

No obstante, tu futuro será diferente si te mantienes firme en tu decisión de una vida libre de vicios, porque también recibimos bendiciones cuando hacemos el bien y nos hacemos el bien practicando virtudes.

Te conviene partir de un principio que te ayudará a aceptar con paz tu realidad. He aquí tres palabras que pueden hacer que te detengas a retomar el camino con valentía: “Como viene, conviene”. En efecto, el primer paso para cambiar una realidad nociva es aceptarla. No me refiero a que el divorcio conviene, sino a que todo dolor asumido y ofrecido puede traer crecimiento en todos sentidos. Adáptate con inteligencia a las cosas que no están en tus manos, sin olvidar tu objetivo

Hay ejemplos de esta sana aceptación en la Biblia. La historia de José muestra el doloroso camino de enfrentar verdaderas injusticias, pero con la certeza de que hay un Dios que conoce todas las cosas y que a veces permite males. de los cuales saca abundantes bienes.

José, al ser vendido a los egipcios como esclavo, pudo haberse entregado a la depresión; sin embargo, aprendió el idioma extranjero y se mantuvo fiel a lo mejor de sí mismo, llegando a convertirse en la mano derecha del Faraón, y pudiendo, así, salvar posteriormente a sus hermanos y a su pueblo.

En este momento, prométete a ti mismo dar lo mejor de ti a tu mujer y a tus hijos. Si Dios está apretando tu pecho, sabrá hasta qué punto puede hacerlo para conseguir de ti una vida ejemplar. El resultado puede no ser inmediato, pero será grandioso si confías en tu Creador. Aspira a una vida ejemplar; busca dejar huella en este mundo; vive tu Fe sinceramente.

A veces, Dios no cambia las circunstancias, porque las usa para cambiarte a ti. ¡Feliz el hombre a quien corrige Dios! ¡No desprecies, pues, la lección del Señor! (Job. 5, 17).






Lupita Venegas

miércoles, 1 de marzo de 2017

¿POR QUÉ “TENEMOS” QUE SUFRIR?

Querida Lupita:

Me confunde la idea de que tenemos qué hacer sacrificios en la Cuaresma. En todas partes veo que debemos dar limosna y orar, pero también que es necesario sufrir, ofrecer padecimientos, provocarnos dolores, ayunar y todo eso. ¿Por qué el cristianismo parece una invitación a que nos hagamos daño a nosotros mismos? No puedo estar de acuerdo con eso. ¿Existe alguna explicación?

Ofelia




Hermana en Cristo, Ofelia:

Las tres prácticas penitenciales de la Cuaresma son: oración, limosna y ayuno. Las tres son actividades que nos perfeccionan.
La primera nos lleva a mejorar nuestra relación con Dios; la segunda, con los demás, y la tercera, con nosotros mismos.
La oración es un dialogo íntimo con Dios. Él siempre nos mira benignamente y nos deja conocer nuestras fortalezas y debilidades con objetividad. Mantener una comunicación con Él, nos hace mejorar como seres humanos y nos convierte en personas que reconocen su amor y desean corresponderle también con amor.
La limosna nos lleva a practicar el encuentro con nuestros prójimos más necesitados, haciendo así la voluntad de nuestro Creador, que nos da bienes para administrarlos y compartirlos, no para acapararlos de forma negligente y egoísta.
El ayuno implica un esfuerzo de renuncia voluntaria a lo que nos complace, para elegir lo que nos dignifica. Es ley natural, y por tanto irrompible, que lo que más vale, más cuesta. Dirigirnos a la cima requiere entrenamiento y fatiga. Bajar, lo hace cualquiera. Subir, solo quien lucha. Aquél que desee ganar en los juegos olímpicos, por ejemplo, deberá renunciar a una vida disipada o perezosa para llevar adelante una disciplina diligente. Si quieres tener un buen nivel de vida, deberás estudiar y prepararte.
El entrenamiento que obtiene el alma que sabe renunciar a lo cómodo y placentero, es camino certero hacia el éxito. No hay victoria sin sacrificio. Dios nos quiere victoriosos, y la Iglesia, sabia milenaria en el conocimiento de la naturaleza humana, recomienda aquello que nos perfecciona. Este ejercicio nos fortalece para hacer frente a las pasiones y las tendencias de la carne.
Cristo no vino a eliminar el dolor, sino a darle un sentido redentor. Nosotros nos convertimos en corredentores cuando ofrecemos los sufrimientos que nos toca enfrentar y aquellos que libremente elegimos para hacernos semejantes a Cristo.
En la Carta Apostólica de Juan Pablo II, Salvifici Doloris, leemos:

El amor es la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento.
Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la Cruz de Jesucristo. El hombre que sufre, no sólo es útil para los demás, sino que realiza un servicio insustituible. El sufrimiento es el mediador y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la Gracia, que transforma las almas. Los que participan en los sufrimientos de Cristo, conservan en ellos una especialísima partícula del tesoro infinito de la Redención del mundo y pueden compartir este tesoro con los demás. Y la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo.

El dolor y el sufrimiento entraron a nuestra vida por nuestros propios pecados. El sacrificio, el hacer sagrados nuestros actos, nos hace virtuosos; y éste es, sin duda, el camino seguro a la plena felicidad.



Lupita Venegas